La democracia no es como la Coca Cola

2021-07-05 03:12PorADRlANODARO
今日中国·西班牙文版 2021年7期

Por ADRlANO MÀDARO

Ha llegado el momento de mostrar respeto por las aspiraciones de China de ser un país libre y unido

A mis amigos que nunca han estado allá, siempre les digo que uno no va a China, sino que uno vuelve a China. Añado que uno ama o aborrece a China, y que no existe otro sentimiento. Este antiguo país oriental despierta emociones poderosas, para mí de amistad y comprensión, pero la mayoría de las veces de admiración.

Durante mi niñez imaginé a China como una “tierra de maravillas”. De hecho,Le livre des merveilles, llamado en italianoIl Milione, es el título del famoso libro sobre los viajes de Marco Polo. Mientras estaba en la escuela primaria, me sentí inexplicablemente atraído por el gran mapa del mundo que colgaba de la pared del aula, imaginando viajes exóticos hacia esa vasta extensión amarilla con un nombre tan corto pero evocador: China.

no puedo explicar la fascinación en mi niñez por el legendario imperio celestial. Pero aparte de los cuentos de Marco Polo, el pequeño libro ilustrado que me regalaron mis padres cuando tenía cinco años fue –sin dudas– un factor significativo. Contaba las aventuras de un niño curioso que atravesaba los desiertos de Arabia y las selvas de la India antes de llegar finalmente al imperio del dragón, donde fue recibido calurosamente por una niña. Su conversación quedó grabada en mi mente: “Hermosa niña, te pregunto, ¿qué país es este?”. “Has llegado a China, y si quieres puedes quedarte”. “¡Gracias, hermosa niña china! Estoy feliz de quedarme”.

Edificios de la Plaza Oriental en la avenida Chang’an, en Beijing, en el año 2000.

Fue a partir de ese momento que China, su gente, su historia y su civilización se convirtieron en parte de mi vida –como escolar, como estudiante y como investigador académico–, y lo siguió siendo a lo largo de los años. Para otros, mis aventuras pueden parecer extraordinarias, pero para mí estaban predestinadas, han sido casi una vocación.

Razones de un trastorno geopolítico

En consecuencia, el tema de mi tesis universitaria fue China y su papel en el mundo. Fue necesaria una profunda investigación sobre los acontecimientos históricos ocurridos entre los siglos IX y XX para saber cómo y por qué se produjo la inequívoca y dolorosa división entre China y Occidente. Mis estudios e investigaciones, por lo tanto, se dirigieron a comprender este trastorno geopolítico y las razones detrás de él.

China sufrió guerras, invasiones, pérdidas territoriales, depredación económica, esclavitud al opio debido al tráfico de comerciantes británicos, atrocidades a manos de los invasores japoneses y una explotación implacable de su población. ¿Pero qué sabía Occidente sobre los crímenes que había cometido contra China?

Yo crecí y viví en el largo periodo de la posguerra. Debido a los malentendidos generados por los informes publicados en los medios estadounidenses, no pude confiar en los libros ni en los periódicos para obtener información precisa. Para evitar caer en la trampa de los informes sesgados, necesitaba conocer China y, como periodista, tenía que ir a verla por mí mismo.

Así fue que en 1976 obtuve una visa y emprendí el primero de mis 216 viajes a China. Después de 45 años es justo decir que he visto muchas cosas y que soy un testigo fidedigno de todo lo que ha ocurrido, sobre todo de la extraordinaria transformación de ese gran país, la república Popular China. Habiendo visto cómo “el cielo ha sido traído a la tierra y la tierra al cielo”, escribí sobre mis experiencias en un libro titulado

Comprender a China, publicado por la editorial Giunti en Florencia (Italia). Espero sinceramente que pueda ayudar al lector occidental a comprender el país y ofrecer respuestas honestas a sus dudas y temores.

Mientras tanto, después de un período de reformas, agrupación de capital y apertura a una economía de mercado, la hostilidad en Occidente hacia China, sobre todo por parte de Estados Unidos, se ha intensificado una vez más. Sin embargo, China ha conseguido una victoria decisiva en la eliminación de la pobreza absoluta diez años antes de las estimaciones de la OnU, un logro que Estados Unidos no puede igualar.

El éxito actual de China, a pesar de la crisis resultante de la pandemia de COVID-19, es evidente para todos. La Iniciativa de la Franja y la ruta, propuesta por China bajo la dirección del presidente Xi Jinping, es una amplia prueba de ello. Este año, en el que China celebra el centenario de la fundación del Partido Comunista de China (PCCh), el país puede sentirse justamente orgulloso. Creo que hoy más que nunca en la historia de la China moderna, existe una profunda relación entre la gente y la política.

Pasajeros hacen cola para comprar comida en una parada de la vía ferroviaria Beijing-Chengde en 1977.

Un país en continua evolución

Solo un partido que ha demostrado que puede dirigir a su pueblo a cumplir la salvación, el progreso y la prosperidad, tiene el derecho legítimo de ejercer el poder. Esto es lo que ha sucedido en China, un país en continua evolución. El PCCh, a pesar de la adversidad y los trastornos dolorosos, no ha perdido de vista su misión: buscar la felicidad para el pueblo chino y el revitalización de la nación china.

He sido testigo de primera mano de los acontecimientos en China. Cuando hice mi primer viaje, el presidente Mao todavía estaba vivo y se podía sentir la prevaleciente anticipación de un cambio inmenso. En 1978, Deng Xiaoping lanzó la política de reforma y Apertura. El PCCh se enfrentó a un desafío que ningún otro país ha enfrentado, o quizás ni siquiera imaginado.

Siempre he creído que emprender un cambio de tal magnitud, sin dejar de ser fiel a los principios fundamentales, requiere líderes de un calibre suficiente para manejar desafíos que podrían tener un impacto profundo en el pueblo chino. Sin embargo, el liderazgo político, desde los gloriosos días de la Larga Marcha (1934-1936), se ha mantenido firme. Además, la nueva “larga marcha”, de 1978 a 2021, ha llevado a China al umbral de ser una potencia económica mundial.

El paisaje de la capital china visto desde una ventana del Beijing Minzu Hotel en 1979.Fotos cortesía de Adriano Màdaro

El COVID-19 ha detenido los intercambios culturales entre Italia y China y, en consecuencia, el aplazamiento de proyectos en los que he estado trabajando con amigos en los principales museos chinos. Después de haber montado una serie de exposiciones arqueológicas en Italia entre 2005 y 2015, hemos organizado más eventos en China y esperamos reanudar las actividades de intercambio en poco tiempo. He dedicado los últimos 15 meses a escribir un libro de 700 páginas sobre Beijing, un proyecto que comenzó hace muchos años.

Aunque no puedo viajar a China, el país sigue figurando en gran medida en mi rutina diaria. Gracias a las comunicaciones modernas, estoy en constante contacto con amigos en Beijing, con quienes finalizamos los planes para los proyectos culturales en la pospandemia. Miramos hacia el futuro con confianza, mientras esperamos que el virus retroceda y que viajar sea seguro una vez más.

Sigo de cerca, con creciente preocupación, los desarrollos negativos derivados del acoso de Estados Unidos a China. Las tensiones con respecto a Hong Kong, Xinjiang, taiwan y el Mar Meridional de China se han visto exacerbadas por fabricaciones destinadas a provocar una nueva “guerra fría”. La descolonización y el regreso de Hong Kong, el terrorismo fundamentalista islámico en Xinjiang y la cuestión de taiwan son todos problemas internos de China en los que las entidades extranjeras no deben inmiscuirse.

Hoy vemos lo que parece ser una continuación de lo que comenzó en 1839: el ataque a China que inició la primera Guerra del Opio y que se prolongó durante más de un siglo con el saqueo, la colonización y el empobrecimiento del país. Ha llegado el momento de mostrar respeto por las aspiraciones de China de ser un país libre y unido, próspero, moderno y capaz de aprovechar su experiencia histórica para promover la paz y la prosperidad mundiales.

Sin embargo, Occidente amenaza y ejerce presión sobre China insistiendo persistentemente, por no decir hipócritamente, en las cuestiones de los derechos humanos y la democracia. China es un país socialista forjado a través de una gran revolución histórica. Después de haber superado las contradicciones, los errores y el sufrimiento del pasado, el país ha encontrado su camino correcto, basándose en su experiencia, sus tradiciones antiguas y su filosofía. El canciller chino, Wang Yi, lo resumió perfectamente cuando declaró: “La democracia no es como la Coca Cola, que promete el mismo sabor en todas partes del mundo. nuestra democracia tiene un sabor chino”.