Por LI QINGYUAN*
Mi vida en Venezuela
Por LI QINGYUAN*
Li Qingyuan en la cascada del Parque de la Princesa Carú. Foto cortesía del autor
DESPUÉS de graduarme de la universidad, por decisión de la empresa en la que fui a trabajar, me enviaron a tierra venezolana. Llevo, más o menos, tres meses viviendo y trabajando en este país. Yo, como extranjero, puedo decir que los venezolanos me han provocado muchas impresiones. He experimentado sensaciones increíbles y otras tristes.
Cuando llegué al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Venezuela, me emocionaron mucho los famosos y atractivos paisajes de esta nación, de los que las azafatas nos hablaron durante el vuelo. Después de bajarme del avión, seguí a los demás hasta la Aduana, donde había más de 10 agentes de la Guardia Nacional. Me sorprendió mucho que una trabajadora venezolana nos confiscara los pasaportes, solamente, a los chinos. Nos hizo esperar a más de 40 chinos, viendo cómo otros extranjeros podían pasar por la Aduana más rápido. El trato desigual me desilusionó mucho, hasta que conocí a los venezolanos con los que trabajo y cambió mi actitud hacia este país y su gente.
Los venezolanos son abiertos y hospitalarios. Durante estos tres meses, he establecido una buena amistad con muchos venezolanos. Leonardo, Jorge, Camacaro, Vittore, Jenni, Eduardo, Néstor, Yoli y muchos otros son muy amables. Al principio, cuando me comporté como un extranjero tímido, ellos no me rechazaron. Por el contrario, con una sonrisa, me ofrecieron diálogo y comprensión.
En el área laboral, me ayudaron a superar las dif cultades. En el ámbito de la diversión, frecuentemente, nos reunimos a disfrutar las veladas; conversando, bailando y comiendo la sabrosa carne asada. El precio de la carne es bastante económico y la calidad superior. En las veladas, gozamos de una atmósfera divertida y amena con la música local. En esos momentos, nos sentimos como una armoniosa familia.
Venezuela es el país más rico del mundo en reservas petrolíferas y su venta aporta la mitad del presupuesto nacional. Me sorprendió mucho el precio de la gasolina. Es la más barata del mundo, un litro cuesta 0.05 bolívares (Bs). En Venezuela, es más barato un litro de gasolina que un litro de agua mineral.
El ritmo de vida de los venezolanos es lento, los restaurantes y los centros comerciales están cerrados los domingos. Como en China, se puede ver una larga cola en los bancos y hospitales de Venezuela, pero en esta situación, al contrario de los chinos que nos mostramos inquietos, los venezolanos esperan con paciencia.
Cuando fui por primera vez a un restaurante con mis compañeros de trabajo, yo estaba ansioso porque el camarero tardaba en servirnos los platos. Ellos me dijeron, en tono de burla: “Bienvenido a Venezuela.”
Por la escasez de mercancías, en los centros comerciales de Venezuela no hay muchas tiendas. Los vendedores nos tratan efusivamente y no nos engañan.
Actualmente, vivo en la ciudad de El Vigía, estado de Mérida. Aquí, las edificaciones son como las de las zonas rurales de China, con muchas casas viejas de una sola planta. No hay rascacielos y la calle principal solo tiene dos estrechas vías en el mismo sentido. Es justo señalar que las calles se mantienen limpias, las águilas vuelan con sus alas extendidas por el cielo y las montañas parecen estar vestidas de verde.
Por el trabajo que realizo, no he tenido mucha oportunidad de visitar sitios famosos como el Salto Ángel, el Parque Nacional Canaima, etc. Una vez, nuestra empresa organizó un viaje para que los recién llegados viéramos una cascada de la zona. Por su ubicación, tuvimos que escalar una montaña, lo que nos permitió, a través de la ventana de la camioneta, ver las nubes f otando muy cerca y un lago en la cima. Nos tomó dos horas llegar. Cuando entramos en el Parque de la Princesa Carú, según se lee en el cartel colgado en la puerta, supimos que la cascada, ubicada en Bailadores, según una leyenda, es en honor a una princesa indígena que murió por amor. Sus lágrimas cayeron sobre la montaña, formando esta espectacular cascada: la cascada India Carú. Al levantar la cabeza, se ve el agua que cae desde la cima de la montaña, acariciada por las nubes. Me dio la sensación de estar en un paisaje de ensueño, me pareció que estaba en un dibujo natural. Por la altura y la humedad, sentí mucho frío, ya que solo llevaba una camisa, pero valió la pena contemplar ese paisaje natural original, todavía virgen de los estragos que puede causar el ser humano.
A los venezolanos les encanta jugar al fútbol, a pesar de que su selección nacional no tiene buenos resultados. Eso no disminuye, en nada, su afición por ese deporte. Cada noche, los venezolanos juegan en la cancha de fútbol que está cerca de nuestro albergue. Yo, que nunca en mi vida había jugado fútbol, estoy contagiado por la pasión de los venezolanos. Y como dice un viejo refrán: “al lugar donde fueres, haz lo que vieres”, corro en aquella cancha con mis compañeros y siento la emoción y el sudor que provoca el fútbol.
* Trabajador de la empresa Chinalco en Venezuela.